- La soledad afecta a 1 de cada 6 personas en el mundo y está relacionada con más de 871.000 muertes anuales según la OMS.
- El fenómeno impacta más en adolescentes y personas mayores, aumentando los riesgos de depresión, ansiedad y problemas físicos severos.
- El uso excesivo de tecnología y redes sociales incrementa la sensación de soledad, especialmente entre los jóvenes.
- La conexión social y las políticas públicas integradas son clave para prevenir y reducir el aislamiento.
En la actualidad, un número considerable de personas experimenta soledad no deseada, un fenómeno que impacta directamente tanto en la salud mental como en la física. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo señala como una de las amenazas más urgentes para el bienestar global, subrayando que este problema atraviesa todas las edades, aunque afecta de forma especial a jóvenes y personas mayores.
La soledad va mucho más allá de la simple ausencia de compañía. Sentirse solo supone una desconexión entre los lazos sociales que uno quisiera tener y los realmente disponibles. Esta grieta es motivo de preocupación para los expertos, ya que amplios estudios corroboran que la falta de conexión social es un factor clave en el desarrollo de enfermedades mentales como la ansiedad y la depresión, además de influir en problemas de salud física como cardiopatías, diabetes o deterioro cognitivo.
Soledad en cifras: una realidad global con graves consecuencias
De acuerdo con el primer informe mundial de la OMS sobre la conexión social, una de cada seis personas en el mundo afirma sentirse sola. Este fenómeno silencioso está vinculado a unas 100 muertes cada hora, superando las 871.000 muertes anuales relacionadas de alguna manera con la soledad o el aislamiento social.
La incidencia es aún mayor entre adolescentes, jóvenes y personas mayores. Se calcula que entre el 17% y el 21% de la población de 13 a 29 años afirma sentirse sola, con una prevalencia más elevada en entornos de bajos ingresos. Cerca de una cuarta parte de las personas de países menos favorecidos sufren soledad, el doble de lo registrado en países desarrollados. Entre los adultos mayores, hasta un tercio puede experimentar aislamiento social.
El problema se ha visto acentuado por diversas causas: mala salud, escasos recursos económicos, falta de infraestructura social y el cambio hacia la vida digital. Durante y después de la pandemia de la COVID-19, tanto el aislamiento físico como la utilización masiva de tecnologías han aumentado la desconexión real y percibida entre personas.
El auge de la soledad digital y el papel de la tecnología
Aunque la tecnología facilita la comunicación instantánea, no necesariamente cubre las necesidades emocionales profundas. Según los especialistas y los propios jóvenes, la soledad digital está en alza. A pesar de estar hiperconectados, muchos adolescentes manifiestan una sensación de vacío, acentuada por las redes sociales, la sobreexposición a pantallas y la calidad superficial de muchas interacciones digitales.
El informe de la OMS recoge que el uso excesivo de dispositivos y la interacción en línea, sumado al ciberacoso y la comparación constante con otros, aumenta el riesgo de sufrir problemas de salud mental. La adolescencia es especialmente vulnerable, pues el desarrollo emocional depende en gran parte de la calidad de las relaciones reales y del apoyo social presencial.
Los expertos advierten que las pantallas no sustituyen el contacto humano genuino. De hecho, la tendencia a pasar cada vez más tiempo conectado favorece el aislamiento físico y puede derivar en mayores tasas de ansiedad, depresión y baja autoestima. Muchos jóvenes, tras apagar el móvil, sienten que no tienen con quién compartir un momento cara a cara.
Salud mental y soledad: consecuencias y riesgos
Las investigaciones científicas evidencian que la soledad incrementa hasta el doble el riesgo de trastornos como la depresión. También se asocia con una mayor probabilidad de ansiedad, insomnio y pensamientos suicidas, especialmente en poblaciones jóvenes. En personas mayores, la soledad crónica acelera el deterioro cognitivo y aumenta el peligro de demencia.
Por otra parte, el aislamiento social y la soledad también están relacionados con una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares, diabetes y mortalidad prematura. El impacto no termina en la esfera de la salud: la soledad afecta en el aprendizaje, el rendimiento escolar y la estabilidad laboral, además de debilitar la cohesión y seguridad de las comunidades.
La OMS alerta de que los costes económicos y sociales del aislamiento social son enormes, no sólo por la pérdida de productividad y el aumento del gasto sanitario, sino también porque la salud mental en el trabajo y su abordaje en España también se ve afectada por la soledad.
Cómo abordar la soledad: claves y propuestas de expertos
Ante este panorama, organismos internacionales y profesionales de la salud coinciden en la importancia de reconocer la soledad como un problema de salud pública y poner en marcha soluciones integrales y sostenidas en el tiempo.
La OMS propone una hoja de ruta que abarca desde la modificación de políticas públicas y la mejora de la infraestructura comunitaria hasta la educación sobre el uso responsable de la tecnología. Se sugieren acciones tan sencillas como potenciar los espacios presenciales de encuentro —parques, bibliotecas, actividades culturales y deportivas—, reforzar las redes de apoyo social, formar a los adultos en escucha activa y aumentar el acceso a recursos de salud mental para quienes más lo necesitan.
En el ámbito individual, los especialistas insisten en el valor de cuidar los vínculos personales, limitar el tiempo ante las pantallas y buscar ayuda profesional si aparecen señales de malestar emocional prolongado. Subrayan que, en la adolescencia, la presencia de un adulto significativo que escuche y acompañe puede marcar una diferencia crucial.
Los expertos también señalan la necesidad de enfocar la inversión en salud mental hacia dispositivos de atención primaria y comunitaria, para facilitar el acceso a jóvenes y adolescentes en todo el territorio, y reducir la brecha que existe entre necesidades y recursos disponibles.
Pese a que la soledad muchas veces es silenciada o subestimada, su impacto real en la sociedad es profundo y duradero. A través de estrategias conjuntas, políticas ambiciosas y pequeñas acciones cotidianas, es posible avanzar hacia una sociedad más conectada y saludable, donde cada persona disponga de los apoyos necesarios para no sentirse sola ni desprotegida.