- La comunicación entre el intestino y el cerebro influye en el comportamiento y la salud.
- La microbiota intestinal y sus desequilibrios impactan en el estado de ánimo y el sistema digestivo.
- Descubrimientos recientes muestran una conexión neuronal directa entre microbiota y cerebro.
- Pautas alimentarias, ejercicio y manejo del estrés ayudan a mantener saludable el eje intestino-cerebro.

En los últimos años, el eje intestino-cerebro se ha consolidado como uno de los temas más fascinantes de la biomedicina. El diálogo continuo entre ambos órganos va mucho más allá de la digestión y toca de lleno aspectos tan diversos como el estado de ánimo, la gestión del apetito, la respuesta inmune y hasta la aparición de enfermedades neurológicas.
Los estudios más recientes ponen el foco en cómo los billones de microorganismos que habitan el aparato digestivo van modulando señales bioquímicas y neuronales que acaban influyendo en el funcionamiento cerebral, la conducta y la salud general. Esta relación bidireccional es tan importante que ya se habla del intestino como nuestro “segundo cerebro”.
Una autopista de información entre el intestino y el cerebro
Investigaciones pioneras, como la dirigida por expertos de la Universidad de Duke, han identificado células especializadas denominadas neurópodos que actúan como sensores dentro del colon. Estas células son capaces de captar moléculas concretas producidas por las bacterias intestinales y transmitir señales inmediatas al cerebro mediante el nervio vago, que funciona como una autopista de datos entre ambos órganos.
Un ejemplo relevante es la flagelina, proteína bacteriana liberada durante la digestión. Al ser detectada por los neurópodos vía el receptor TLR5, se desencadena una señal eléctrica capaz de modular el apetito en tiempo real, como se demostró en estudios con ratones. En animales modificados que carecen de este receptor, esa comunicación desaparece y el control de la saciedad se ve alterado.
Esta conexión rápida y directa entre la microbiota y el sistema nervioso central abre nuevas perspectivas sobre cómo los patrones alimentarios y los cambios en el ecosistema intestinal pueden influir en comportamientos, emociones e incluso enfermedades como la obesidad o ciertos trastornos neuropsiquiátricos.
Además, este fenómeno ha sido bautizado por algunos científicos como “sentido neurobiótico”, destacando la capacidad del cuerpo para detectar y responder instantáneamente a los cambios microbianos mediante vías neuronales especializadas.
Microbiota intestinal: pieza clave para la salud integral
Un intestino saludable depende de la estabilidad de su microbiota, ese vasto universo de bacterias, hongos y otros microrganismos que nos acompañan desde el nacimiento. Su equilibrio no solo resulta esencial para la digestión, sino que también desempeña un papel central en la respuesta inmune, la protección frente a toxinas y la producción de compuestos neuroactivos como la serotonina, que influyen en el estado de ánimo y la gestión del estrés. La importancia de la salud emocional en la microbiota.
Los desequilibrios –ocasionados por dieta poco saludable, estrés o medicación, entre otros factores– afectan a la comunicación del eje intestino-cerebro y pueden derivar en molestias digestivas, alteraciones en el humor y mayor vulnerabilidad frente a enfermedades.
La importancia de cuidar la microbiota cobra aún más relevancia en ciertos contextos. Según especialistas, durante el verano, la combinación de hábitos alimentarios irregulares y altas temperaturas puede favorecer la deshidratación y el desequilibrio microbiano, con consecuencias en la resistencia y funcionalidad del sistema digestivo.
Las bases científicas del eje intestino-cerebro y perspectivas terapéuticas
La investigación del eje intestino-cerebro abarca enfoques tan diversos como la nutrición, la neurología y la microbiología. Destacan los estudios que relacionan déficits de ciertos mediadores bioquímicos y alteraciones en la microbiota con síntomas de trastornos como el autismo, la depresión o los problemas gastrointestinales recurrentes. Investigaciones sobre salud intestinal y neurodesarrollo.
Por ejemplo, en el contexto del trastorno del espectro autista (TEA), se está explorando el papel que juegan el sistema endocannabinoide y la composición microbiana en la aparición tanto de síntomas centrales como de comorbilidades psiquiátricas y digestivas. La modulación farmacológica de estos sistemas, junto con intervenciones para restaurar el equilibrio de la microbiota (incluyendo el uso de probióticos, prebióticos o dieta personalizada), se plantea como una vía prometedora de tratamiento, aunque aún tiene que superar varios pasos de validación en humanos.
No menos importante es el papel de los compuestos bioactivos presentes en alimentos como el aceite de oliva. Los polifenoles de la aceituna (hidroxitirosol, oleuropeína…) han demostrado en estudios experimentales la capacidad para favorecer el crecimiento de bacterias beneficiosas, reducir las potencialmente dañinas y estimular la producción de metabolitos como los ácidos grasos de cadena corta, implicados en la protección de la barrera intestinal y la regulación neuroquímica. Las investigaciones actuales trabajan para dilucidar cómo estos compuestos interactúan en conjunto y cómo su acción combinada podría optimizarse en estrategias de prevención y tratamiento de patologías vinculadas a la disfunción del eje intestino-cerebro.
Consejos para cuidar el eje intestino-cerebro y potenciar la salud global
Proteger el equilibrio del eje intestino-cerebro implica un abordaje integral que va más allá de la simple elección de alimentos. Los expertos y las entidades de referencia proponen una serie de pautas y hábitos ilustrativos:
- Beber suficiente agua, priorizando alimentos ricos en agua, para evitar la deshidratación que puede perjudicar tanto la microbiota como las funciones cerebrales.
- Aumentar la ingesta de fibra a partir de frutas, verduras, legumbres y cereales integrales. La fibra es el alimento preferido de las bacterias beneficiosas y facilita la producción de compuestos antiinflamatorios.
- Incorporar alimentos fermentados (yogur, kéfir, chucrut) y prebióticos naturales (alcachofa, plátano, cebolla), que fomentan la diversidad microbiana.
- Limitar grasas saturadas y ultraprocesados, priorizando grasas saludables como el aceite de oliva virgen extra, rico en antioxidantes y ácidos grasos beneficiosos.
- Realizar ejercicio moderado, como caminar, nadar o montar en bicicleta, lo que favorece tanto la motilidad intestinal como el bienestar mental.
- Manejar el estrés mediante técnicas como meditación, yoga o mindfulness, ya que el estrés sostenido altera la microbiota y empeora la comunicación con el cerebro.
- Establecer rutinas de descanso y espacios de desconexión, pues el sueño reparador apoya la resiliencia física y cognitiva.
