- La destrucción del entorno y la exploración son las claves jugables de Donkey Kong Bananza.
- El juego apuesta por una estructura de mundos conectados, transformaciones originales y numerosos desafíos.
- Pauline cobra gran protagonismo, tanto en la narrativa como en la jugabilidad y el modo cooperativo.
- El apartado técnico destaca por la destructibilidad y la identidad visual, aunque sufre leves caídas de rendimiento en momentos puntuales.

Donkey Kong Bananza es el regreso a lo grande del emblemático gorila de Nintendo, estrenando una propuesta completamente renovada para Switch 2. Tras años de espera desde su última gran aparición en 3D, Donkey Kong recibe por fin el trato de superproducción que merecía, apostando por mecánicas rompedoras y una jugabilidad llena de posibilidades que se distancia de la saga Super Mario.
En esta entrega, la destrucción total del entorno y la exploración en profundidad se convierten en el centro de la experiencia. El desarrollo ha corrido a cargo del equipo responsable de Super Mario Odyssey, quienes han sabido imprimir su sello de calidad y creatividad en cada rincón del juego, elevándolo a la categoría de uno de los grandes lanzamientos del año para Nintendo Switch 2.
Una historia repleta de acción y sorpresas

La aventura nos traslada a Isla Lingote, donde Donkey Kong y su peculiar grupo de amigos simios trabajan extrayendo el codiciado banandio en forma de plátanos dorados. Todo cambia cuando un misterioso meteorito impacta sobre la isla, arrastrando a nuestro protagonista y a una carismática Pauline hacia un vasto mundo subterráneo. Juntos inician un viaje para desentrañar los planes de la malvada Void Company y recuperar las preciadas gemas.
A lo largo de diferentes estratos, que hacen las veces de mundos diferenciados y temáticos, los jugadores deberán sortear desafíos, enfrentarse a jefes y superar puzles que ponen a prueba tanto la pericia como la creatividad. El guion, sin ser lo más destacado, profundiza en la historia de Pauline, cuyo papel como compañera resulta fundamental no solo en la narrativa, sino también en la propia jugabilidad.
Mecánica central: destruir para avanzar

El gran atractivo de Donkey Kong Bananza reside en su sistema de destrucción. La mayor parte del terreno en cada nivel es completamente modificable: rocas, suelos y obstáculos pueden romperse, excavarse o rearranjarse a golpe de puño, abriendo rutas alternativas y descubriendo secretos ocultos. Esto da pie a una jugabilidad muy dinámica, donde es difícil resistirse a investigar cada rincón, recoger plátanos y fósiles, o lanzarse a completar retos secundarios.
El diseño de niveles enfatiza la exploración abierta y ofrece una gran libertad al jugador. Aunque las misiones principales nos guían a través de los estratos, siempre existen desvíos tentadores llenos de recompensas: desde gemas de banandio que permiten mejorar habilidades, hasta coleccionables para desbloquear trajes con efectos pasivos.
Además, la destrucción está integrada con distintas mecánicas de dureza y tipos de materiales, lo que obliga a emplear estrategias variadas para avanzar o desbloquear ciertos caminos. Un sonar permite detectar tesoros y coleccionables en el entorno, haciendo que cada partida sea diferente según el enfoque del jugador.
Transformaciones y retos para todos los gustos

Una de las principales novedades son las Bananzas: transformaciones temporales que Donkey Kong puede activar gracias a la voz de Pauline. Cada una de estas formas (gorila, cebra, avestruz…) aporta habilidades únicas para afrontar desafíos concretos, como correr a toda velocidad por terrenos frágiles, planear largas distancias o destruir obstáculos especialmente duros.
Estas transformaciones no solo añaden diversidad al gameplay, sino que resultan imprescindibles en determinados momentos, sobre todo en los enfrentamientos contra jefes y en numerosos desafíos opcionales. El juego premia la experimentación, permitiendo volver a niveles ya superados para hallar secretos imposibles de conseguir antes.
La estructura de juego fomenta la rejugabilidad mediante desafíos independientes al estilo de los santuarios en Zelda, niveles retro inspirados en los clásicos Donkey Kong Country, y abundantes pruebas de habilidad y exploración. La variedad de contenidos y mecánicas mantiene el interés a lo largo de toda la aventura, aunque algunos jefes puede que resulten algo sencillos.
Arte, rendimiento y modo cooperativo
Gráficamente, Donkey Kong Bananza apuesta por escenarios vibrantes y un uso del color muy particular, con mundos que oscilan entre lo psicodélico y lo clásico. El sistema de destrucción es uno de los más avanzados hasta la fecha en un título de Nintendo, permitiendo que cada alteración en el terreno quede registrada incluso al abandonar y regresar a un mapa.
En cuanto a rendimiento, el juego se comporta de forma notable en general, aunque puede presentar pequeñas caídas de imagen en situaciones de alta carga gráfica o durante enfrentamientos con grandes jefes. Los tiempos de carga y las transiciones entre mundos son ágiles, y el control responde con precisión en todo momento.
El modo cooperativo permite que un segundo jugador tome el control de Pauline, colaborando en la destrucción de terreno o ayudando en combates y recolección de objetos. Esta opción aporta un aspecto familiar y divertido, ideal para jugar en compañía y compartir la experiencia.
Duración, contenidos y valor de producción
Completar la historia principal lleva normalmente entre 25 y 30 horas, aunque si se busca obtener todos los coleccionables, gemas y trajes, la duración aumenta considerablemente. Además, cuenta con un postgame que añade desafíos adicionales y una experiencia enriquecida para los más dedicados, junto con un modo DK Artist para quienes quieran experimentar con la destructibilidad y el modo ratón de Switch 2.
El trabajo de producción se evidencia en cada detalle: desde la expresividad de DK y Pauline, hasta referencias y guiños a entregas clásicas, acompañados de una banda sonora variada y pegadiza. El juego llega totalmente localizado, con doblaje al español y textos en todos los idiomas, facilitando una experiencia más cercana y envolvente.